Por Viviana Venegas
“Era
necesario que los hombres conocieran el Don de la Encarnación para que a partir
de él, se inflamaran en el Amor Divino”
-Santo Tomás de Aquino
¿Realmente los regalos y el
reunirnos en familia es lo que sigue soportando la tradición de La Navidad después de 2012 años? Si este
fuera el sentido, ¿no se podría vivir en cualquier momento del año? ¿O es que
se necesita un mes específico y un día exacto para tener la excusa de comer
banquetes, salir de viaje, ir de rumba y gastar el dinero dando regalos a los
nuestros?
La Navidad es más que esto.
Es el misterio central de la historia humana, es el misterio que ha sido capaz
de partir la historia en dos: Antes de Cristo y Después de Cristo; acontecimiento de la cual hasta los “no creyentes” se benefician. Y es que
no es cualquier cosa, es el fundamento de nuestra fe, es el momento en que la
eternidad entra en nuestro tiempo.
¿Sabemos realmente lo que estamos
celebrando? Y si no estamos de acuerdo, si no creemos en Cristo que se encarnó,
¿por qué lo hacemos? ¿Por qué no mejor cambiarle el nombre y celebrarlo en
cualquier fecha del año?
Nuestra inteligencia es muy
limitada para llegar a comprender tan grande misterio, y es que, con toda
razón, sino Dios dejaría de ser Dios. Sin embargo, para poder llegar a
contemplar, o por lo menos, intentar valorar este acto culmen del Amor de Dios
se necesita entrar con la cabeza inclinada y con el corazón arrodillado… Pues
el Rey de Reyes ha querido hacerse dependiente y necesitado de nuestro amor,
encarnándose como un niño que no ha tenido un lugar donde nacer.
Hace 2012 años, Jesús le
pidió al hombre un lugar en su corazón y este lo tenía alquilado. Hoy en día,
ese mismo niño, Hijo de Dios, sigue encontrando las posadas de nuestros
corazones cerradas por el egoísmo, la soberbia, la avaricia, la vanidad, la
lujuria.
Cristo viene a conquistar
nuestros corazones indefenso, viene sin armas, viene a enamorar desde el
interior. Y es el momento preciso para hacer de nuestro corazón su mejor
morada, el lugar en donde Él va a querer nacer. Porque Él puede convertir toda
la suciedad de nuestra miseria en amor.
“Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único”
-Juan 3, 16.