Por Juan Camilo Ibáñez
“La riqueza es como el agua
salada; cuanto más se bebe más sed da”
-Arthur Schopenhauer
Si la aspiración del ser
humano recae en la riqueza, no bastaría todo el oro del mundo para llenar esta
ambición.
¿Qué tiene el brillo del oro
que opaca el brillo de una mirada? Las familias se rompen y las amistades se
pierden, las personas se compran y se venden. El mundo no basta y la gente se
interpone entre la riqueza que tengo y la que me corresponde.
¿Cuánto necesito para vivir?
O mejor aún ¿Con cuanto viviré realmente feliz? Necesito islas y aviones, yates
y casas, carros y muebles. Aún si todo lo tuviera, tanto que no pudiese
recordarlo, tanto que no pudiese disfrutarlo, tanto que no pudiese terminarlo,
no me bastaría.
He visto hombres que teniéndolo
todo no tienen nada y otros que sin tener nada lo tienen todo.
Pues la
verdadera riqueza no está en las cosas que tenemos ni en las que deseamos, la
verdadera riqueza es aquella que acumulamos en nuestros corazones y que no nos
faltará a donde vayamos. Crece conforme nos contentamos con lo que tenemos y
aumenta, aún más, cuando la compartimos. Pues esta riqueza no es temporal ni
limitada, no se corrompe con el tiempo ni la perdemos cuando morimos. Esta
riqueza es el amor.