Por Juan Camilo Ibáñez
El gran
problema de nuestro mundo es que concedemos el poder a personas que no lo
merecen.
Aún si su inteligencia estuviera por encima de la media y tuvieran
miles de estudios y abundante conocimiento, si gobiernan pensando si mismos de
nada sirve. Si su elocuencia deleitara auditorios y sus palabras movieran
multitudes, si sus acciones no favorecen al pueblo nada son.
No es una cuestión de capacidades intelectuales o políticas,
aunque es vital que las tengan. No han de bastarnos sus ideas y sus palabras,
aunque necesitamos conocerlas. Son sus acciones, dirigidas y enfocadas al bien
de la gente las que debemos respetar, buscar y votar.
Un gobernante
ha de buscar siempre el beneficio del pueblo antes que su propio beneficio. Ha
de buscar el bienestar del pueblo antes que su propio bienestar. Si logra esto descubrirá
que el bien del pueblo se convertirá en su propio bien.
Los
emperadores romanos ocultaban los problemas del pueblo detrás del “pan y del
circo”, pequeños regalos que lejos de suplir las necesidades del pueblo las
tapaban con polvo, pequeños regalos llamativos que pretendían mostrar que todo
estaba bien.
El gran
problema de esto es que el ser humano pierde su dignidad. Los que prometen y no
cumplen se ven favorecidos por los que cumplen sin prometer, que sufren día y
noche por pagar impuestos.
¿Quién se
beneficia de esto? ¿El país que pierde millones de pesos en demandas, tutelas y
trancones? ¿El Gobierno que día a día desprestigia su imagen y genera
descontento? ¿El pueblo que trabaja día y noche esperando alcanzar una mejor
calidad de vida sin lograrlo realmente? NO. Los únicos beneficiados son los
corruptos, ladrones y egoístas que por un beneficio económico, político o
social temporal están dispuestos a decepcionar a sus votantes.
“Si no peleas para acabar con la
corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella”
-Joan
Baez
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