Por Juan Camilo Ibáñez
Qué curioso es el
fuego.
Pudimos haber
conocido el fuego en el momento en que nacimos y sin embargo seguir pasando
horas cautivados mirando como arde, como esas llamas consumen lentamente la
leña. Inquietas, vivas, poderosas.
Hay llamas débiles
que se apagan con una pequeña brisa. Como un fósforo que se dejó descuidado o
se prendió sin ser protegido.
Hay otras llamas que
surgen suavemente. Y es necesario tener paciencia y solo crecen cuando se les
ponen pequeños detalles que hacen que poco a poco arda.
Hay algunas llamas
que generan incendios. Que el viento no las apaga sino que las potencia y las
propaga. Que crecen imponentes quemando todo a su alrededor.
Pero hay algo que tienen en común los tres
tipos de llama. Si no tienen combustible la llama morirá. Hay llamas que mueren
casi tan rápido como surgieron, pero hay otras que parece que nunca morirán.
Ese tronco que entra
en el fuego y se ve abrazado por las llamas ha de sufrir mucho. Primero se
pondrá negro y crujirá. Luego se calentará y se carbonizará. Hasta que
finalmente, después de un tiempo, ese tronco será fuego.
“El amor es como una
amistad atrapada en el fuego. Al comienzo la llama, muy bonita, caliente y
feroz, pero sigue siendo una luz parpadeante. A medida que crece el amor,
nuestros corazones maduros se convierten en carbón, ardiendo profundamente sin
nunca apagarse”
-Bruce Lee
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