“Cualquiera sabe cuántas semillas
tiene una manzana, sólo Dios sabe cuántas manzanas tiene una semilla.”
-Anónimo
Si tomamos una semilla en
nuestras manos, bastaría apretar para destruirla. Si por un segundo nos
descuidáramos, podríamos arriesgarnos a perderla para siempre. Si nos sentimos
ajenos a ella, jamás será sembrada y quedará siendo, para siempre, solamente una
semilla.
Algunas semillas son sembradas
con descuido, caen a tierra árida o simplemente son olvidadas y mueren. He ahí
un árbol que nunca adornará el jardín. He ahí un árbol que nunca dará fruto.
Otras semillas se siembran sin
pensar a futuro. No se limpia la tierra, no se quitan las sombras, no se fumiga
alrededor. Estas terminan devoradas por gusanos, o mueren después de crecer por
falta de nutrientes o víctimas de la oscuridad.
Cuando una semilla empieza a
crecer busca la luz. Pero si no encontrara la fuerza en sus nutrientes, si sus
raíces no se aferraran fuertemente y si no recibiera agua frecuentemente jamás
podría crecer para alcanzar la luz.
Cuando por fin empieza a crecer
esta semilla, y de un pequeño retoño se perfila un árbol, cuando todo obstáculo
parece superado aparece un momento muy difícil, un momento que incluso
parecería antinatural y contraproducente, pero para que un árbol crezca fuerte
debe perder esas ramas que no necesita, esas ramas que no le permiten crecer,
es necesario podar el árbol.
Luego de mucho tiempo y mucho
cuidado, esa vieja semilla da fruto, y la historia se repetirá cientos
de veces, y cientos de semillas se jugarán su futuro y dependerán de alguien
que las cuide y las siembre.
De todo lo que conozco en el
mundo, nada hay más parecido al ser humano que una semilla.
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