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jueves, 7 de febrero de 2013

Sembrando Semillas

Por Juan Camilo Ibáñez

“Cualquiera sabe cuántas semillas tiene una manzana, sólo Dios sabe cuántas manzanas tiene una semilla.”
-Anónimo

Si tomamos una semilla en nuestras manos, bastaría apretar para destruirla. Si por un segundo nos descuidáramos, podríamos arriesgarnos a perderla para siempre. Si nos sentimos ajenos a ella, jamás será sembrada y quedará siendo, para siempre, solamente una semilla.

Algunas semillas son sembradas con descuido, caen a tierra árida o simplemente son olvidadas y mueren. He ahí un árbol que nunca adornará el jardín. He ahí un árbol que nunca dará fruto.

Otras semillas se siembran sin pensar a futuro. No se limpia la tierra, no se quitan las sombras, no se fumiga alrededor. Estas terminan devoradas por gusanos, o mueren después de crecer por falta de nutrientes o víctimas de la oscuridad.

Cuando una semilla empieza a crecer busca la luz. Pero si no encontrara la fuerza en sus nutrientes, si sus raíces no se aferraran fuertemente y si no recibiera agua frecuentemente jamás podría crecer para alcanzar la luz.

Cuando por fin empieza a crecer esta semilla, y de un pequeño retoño se perfila un árbol, cuando todo obstáculo parece superado aparece un momento muy difícil, un momento que incluso parecería antinatural y contraproducente, pero para que un árbol crezca fuerte debe perder esas ramas que no necesita, esas ramas que no le permiten crecer, es necesario podar el árbol.

Luego de mucho tiempo y mucho cuidado, esa vieja semilla da fruto, y la historia se repetirá cientos de veces, y cientos de semillas se jugarán su futuro y dependerán de alguien que las cuide y las siembre.

De todo lo que conozco en el mundo, nada hay más parecido al ser humano que una semilla. 

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