Por Juan
Camilo Ibáñez
“Así como
una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa
una dulce muerte.”
-Leonardo
Da Vinci
Que terrible pensar en la muerte como el paso previo a la
nada. No imagino el temor que trae sentir que el cuerpo falla y la mente ya no
responde, y saber que lentamente se acerca ese enemigo infranqueable.
Que terrible creer que se vive una vida sin sentido, que nuestras
acciones mueren y que al marcharnos solo seguimos viviendo como un recuerdo en
la mente de los que nos conocieron, recuerdo que con el tiempo se confunde y se
diluye.
Que terrible despertar cada día sin ningún motivo por
mejorar, convencidos de que así como vinimos, sin desearlo ni buscarlo, nos
iremos sin poder oponer resistencia.
Pero la muerte lejos de ser el fin es una transición.
Lejos de ser sufrimiento es alegría. Lejos de ser temor es paz.
Si la muerte fuese el fin de todo, ninguno de nuestros
días valdría la pena, no tendría sentido luchar y sufrir, mejorar y aprender
porque en unos años todo se perdería.
La vida, esta vida que vivimos, es breve, basta preguntar
a un abuelo para saber cuan efímera es. Sin embargo, es la antesala de la
plenitud, así como la prueba es la antesala del contrato.
Si nuestros actos muriesen junto con nosotros ¿Qué sentido
habrá tenido buscar el bien y sufrir por el mal? Si nuestros actos fuesen olvidados ¿Qué
sentido habrá tenido hacer el bien cuando nadie miraba?
Saber que se acerca el momento, cuando menos lo
esperamos, en que nuestra alma abandona nuestro cuerpo y comienza una nueva
vida. Porque el momento más oscuro de la noche es justo antes del amanecer.
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