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martes, 12 de marzo de 2013

Gracias por Venir


Por Juan Camilo Ibáñez

“Si puedes hacer cosas buenas por otras personas, tienes la obligación moral para hacerlas. No la opción, la responsabilidad.”
-Ben Parker

La semana más anhelada del año es, por lejos, Semana Santa. Los mejores paseos, los mejores momentos familiares, recuerdos inolvidables con amigos en fin, una semana verdaderamente esperada.

Hace un par de años unos amigos me invitaron a unas Misiones en Semana Santa. ¿Misiones?, pensé, eso significaba sacrificar un paseo, piscina, amigos, descanso… “No lo creo”.

Lo que no sabía, es que en un pueblo perdido en Antioquía había un niño, un niño de seis años llamado Darwin, un niño que nunca en su vida había oído hablar de paseos, de piscinas ni mucho menos de descanso. Un niño que toda su vida había tenido que vivir en carne propia la cruda realidad de nuestro país, la violencia, la deserción escolar, el maltrato infantil, la tristeza y la desesperanza.

Nunca olvidaré cuando caminaba por esa polvorienta vereda pensando en el paseo que había dejado atrás, pensando cuanto estaba sacrificando. En ese momento comenzó a llover y la caja en la que llevábamos nuestra comida se desfondó, terminamos embarrados y empapados y no teníamos llaves de la escuela donde dormiríamos. 

En ese momento, en medio del torrencial aguacero, apareció una pequeña figura cubierta por una pequeña tela que solo le tapaba la cabeza. “Que imprudente” pensé, “salir en medio de este aguacero”. Poco a poco vi cómo se acercaba a nosotros esta señora y con una gran sonrisa nos saludaba. ¡Había viajado más de dos kilómetros a sus 65 años de edad y en medio de la lluvia solo para abrirnos la puerta de la casa! 

Recuerdo que al entrar descubrimos una gotera en la cocina. Yo, que quería sobresalir entre todos, me ofrecí para subir a cuadrar las tejas. Mientras lo hacía me aseguré de ensuciarme bien la camiseta, que se notara mi esfuerzo, y con un aire triunfante declaré que el problema estaba resuelto, la señora me miró y me dijo: “Que bueno, a mí me toca subirme a diario a arreglarla”. Una vez más me sentí terrible por mi patético comportamiento.

Poco después de que parara la lluvia un murulllo se escuchaba a lo lejos…”Misioneros”, parecía acercarse… “Misioneros”… eran varias voces además… “Misioneros”. Y entonces los vi. Un grupo de niños corriendo a nosotros muy felices, algunos de ellos al llegar se ponían tímidos y dejaban de correr o de gritar, pero hubo uno, solo uno, que siguió corriendo y sin ningun temor se chocó contra mis piernas abrazándolas, y solo una frase salió de su boca: “gracias por venir”. Así fue como conocí a Darwin.

Nunca olvidaré nuestra primera conversación donde, como a todo niño, le pregunté qué quería ser cuando grande, él, sin dejar lo que estaba haciendo, me dijo naturalmente: “Yo quiero ser sicario, para vengar a mi papa y mi hermano”.

No se lo comenté a nadie, no lo hablé con nadie, pero esa respuesta me abrió los ojos a una realidad completamente distinta a la mía. Él no quería ser piloto, él no quería ser bombero, él quería vengarse o morir en el intento, y solo tenía seis años.

¿Cuáles son mis problemas personales? ¿Qué es lo que me preocupa? ¿Cuál es mi realidad? Una vez más me sentí patético.

Todo esto que tengo, todo lo que he aprendido, todo lo que soy, ¿lo tengo solo para mí? Una vida llena de oportunidades convertida en una vida llena de egoísmo.

Desde entonces mi único propósito para esas Misiones iba a ser cambiar la vida de Darwin. “Que mi vida no sea en vano”, pensé.

Darwin se volvió nuestro guía, nuestro amigo y nuestro cómplice. Aprendíamos de él y él de nosotros. Nos reíamos con él y él con nosotros. Nos acompañaba casa por casa visitando familias y por una semana olvido el odio, el temor y la desesperanza. Esa semana Darwin fue feliz.

Pero todo acaba, y los momentos felices pasan especialmente rápido. Uno de los recuerdos más conmovedores que tengo en mi vida fue ver a Darwin, el día de nuestra despedida, aparte en un rincón llorando. Él se negaba a despedirse, se negaba a aceptar la realidad.

Yo me le acerque y empezamos a hablar largo tiempo, le recordé su labor con su vereda, la importancia de que fuera bueno y guiara a sus amigos y el poco a poco fue dejando de llorar. “Darwin”, le pregunté, “¿Qué quieres ser cuando grande?”, él levanto sus ojos encharcados en lágrimas y me dijo: “Yo cuando grande quiero ser Misionero”.

Pasamos nuestra vida quejándonos y criticando, abatidos por los lujos que nos faltan y las vacaciones que no llegan. Allá afuera las necesidades son un lujo y las vacaciones son la muerte.

Decimos que no tenemos como ayudar, que no sabríamos que decir ni que hacer, pero en realidad decimos eso para ocultar el temor a la incomodidad. ¿No estás dispuesto a sacrificar una semana para vivir lo que ellos viven en el día a día?

Si quieres cambiar el mundo empieza esta Semana Santa. Ven de Misiones y verás cómo tu vida y sus vidas cambiarán

“Gracias por venir”
-Darwin

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