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lunes, 1 de abril de 2013

Del Big Bang a Una Gota de Sangre

Por Juan Camilo Ibáñez


Hoy en día sabemos que todo lo que conocemos, todo lo que nos rodea, al menos desde el Big Bang, lleva más de 13,700 años de desarrollo. 


¿Qué había antes del Big Bang? ¿Qué hay más allá del Universo? ¿Cuál es el futuro de este? Para lo que conocemos hoy en día todo son especulaciones. 

El Génesis, primer libro de la Biblia, comienza diciendo: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra (…) y dijo: Hágase la luz, y se hizo la luz (…)”, y con once frases más se creó todo lo que hoy en día conocemos y todo aquello que ha dejado de existir.

¿Por qué resumirían toda la creación en siete días quienes escribieron estos libros? Porque no le costó a Dios mucho más que eso crear todo lo que se conoce. 

Creó átomos y células, plantas y animales, ecosistemas y galaxias. Creó las leyes y principios, los ciclos y la vida. Nos creó a ti y a mí. Y solo le costó siete días.

Tan extraño resulta entonces pensar que se tomó la molestia de hacerse hombre, de nacer y verse encerrado, limitado e impedido en un cuerpo. Tan extraño resulta pensar que Él que todo lo sabe tuvo que aprender a caminar y hablar. Tan extraño resulta pensar que Él que nunca necesitó nada quiso sentir hambre y sueño.

¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Por qué caer y rasparse? ¿Por qué estudiar si todo lo sabía? ¿Por qué limitar su inteligencia y su poder? ¿Por qué hacerse hombre y sufrir?
Una gota de sangre habría bastado, pero una gota de sangre no habría sido suficiente manifestación de amor. Tuvo que llorar y sudar sangre, tuvo que temer y temblar, tuvo que ser juzgado como hereje, ¿Dios negándose a sí mismo? ¿Dios juzgado como hereje? 

Pasó un día entero tratado como el peor de los criminales, fue azotado y su cuerpo que solo había servido fue flagelado. Tuvo que cargar la más pesada de las cruces, la que no le pertenecía pero que decidió cargar. Tuvo que caminar humillado y cansado y después de un día entero sin comer ni beber su única sed era de amor, sed de cariño, sed de compasión.

¿Quién osaría matar a Dios? ¿Quién cometería el deicidio? Ignorantes, por supuesto, tú y yo, día a día con nuestras acciones. ¿Cuántas veces al día no lo clavamos a la Cruz? ¿Cuántas veces tú y yo?

Pero la muerte no podía ser suficiente, la muerte sola no tenía sentido, morir y sufrir sin resucitar habría significado la derrota, la muerte sobreponiéndose a Dios. Por eso resucitó, y por fin nuestra vida volvió a tener sentido.

Siete días le tomaron crearlo todo pero para perdonarnos todo esto tuvo que pasar. 

"No hay amor más grande que dar la vida por los amigos"
-Jesús de Nazareth

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